De la guerra a la paz de 1918

Entrevista a Alban d’Entremont, profesor emérito del departamento de Geografía, Historia e Historia del Arte, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra

ISABEL RODRÍGUEZ MAISTERRA

Profesor Alban D’Entremont
Fotografía: 
Manuel Castells

¿Cuáles son las claves para entender el estallido de la Primera Guerra Mundial?

El famoso asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, en el año 1914, fue el detonante, no la causa de la guerra. Había muchas cuentas pendientes entre los grandes imperios, que habían hecho alianzas entre sí y que tenían enemistad manifiesta desde hacía mucho tiempo. Cuando Alemania declaró la guerra a Francia, se desencadenó todo un juego de fichas que fueron cayendo y se fueron formando los bandos. Era una guerra bastante anunciada.

¿Cómo se desarrolla de la guerra hasta llegar al armisticio del 18?

La idea inicial que tuvieron los alemanes, después de haber visto el éxito que habían tenido en la guerra franco-prusiana 40 años antes, era un ataque a Francia con objetivo París a través de Bélgica. Pensaban que podían terminar una guerra rápidamente y establecer, nuevas cotas de poder en Europa. No fue así porque, ya en  1914, las tropas alemanas fueron detenidas y no alcanzaron París. Se llegó a un periodo de inestabilidad en torno a un frente muy largo, de más de 1000 kilómetros. Es ahí donde encontramos las famosas guerras de trincheras.

Atención de soldados heridos en las trincheras. Wellcome Collection

Para el verano de 1918, el ejército alemán estaba en retroceso. Al mismo tiempo, las tropas astrohúngaras habían perdido contra las tropas italianas, que estaban del lado de los aliados. Un factor muy importante fue la llegada de soldados norteamericanos como refuerzo al bando de los aliados. Entonces se firmó un armisticio el 11 de noviembre, para evitar una derrota total, que fue entendido de forma diversa según distintas fuerzas políticas.

¿Qué fuerzas eran esas y cómo lo entendieron?

Los aliados entendieron que había sido la derrota de Alemania, que ellos habían sido los vencedores y que podían imponer condiciones. Los alemanes pensaban que se había firmado un cese de hostilidades y que no había claros vencedores y vencidos. Por último, un sector más radical dentro de la política alemana opinaba que Alemania había sido traicionada por sus propios políticos, que los militares habían sido traicionados por elementos marxistas, socialistas y judíos: la famosa “puñalada en la espalda”, que es lo que fue el punto de partida de Aldolf Hitler.

Respecto a las técnicas de guerra, ¿hubo novedades en este conflicto?

Esta guerra tenía elementos viejos: los millones de caballos que se sacrificaron durante esta contienda, los ataques suicidas con bayonetas, unas tácticas de guerra inmóvil con ejércitos alineados unos frente a otros sin apenas moverse… También hubo elementos nuevos como el uso masivo de la artillería, la aviación, las trincheras, los submarinos… Y el alcance de la guerra; una guerra mundial.

Elementos nuevos en la Gran Guerra. Vídeo: Inas Benguría

En la Paz de Versalles se creó la Sociedad de Naciones para evitar un nuevo conflicto, ¿por qué no consiguió evitar la Segunda Guerra Mundial?

La idea de la Sociedad de Naciones surgió del presidente de EEUU, Woodrow Wilson, que ganó el Premio Nobel de la Paz, por esa iniciativa. Él estuvo en Versalles, pero, cuando volvió a EEUU, se encontró con que había una fuerte opinión pública adversa a la guerra. Wilson no pudo convencer, ni a la opinión pública, ni al Congreso de EEUU de la bondad de esta iniciativa suya de crear un foro en el que se podían dirimir diferencias sin tener que recurrir a las armas. El Congreso votó en contra de la entrada de EEUU en la Sociedad de Naciones. Un foro internacional que no tiene a EEUU, en los años 20 y 30, es un foro bastante cojo. Lo que reina en Ginebra es el espíritu de desconfianza. EEUU no está y después se salieron Alemania y Japón.

 ¿Se sientan las bases para otra guerra?

Sí y no, porque no podemos restar la importancia que tienen individuos, personas individuales, como Mussolini, con su idea expansionista para intentar crear una gran pan-Italia que recordara de alguna manera al Imperio Romano. Él empezó ya en los años 20 y tuvo una influencia muy grande sobre otro imperialista, Adolf Hitler. Sin Mussolini y, sobre todo, sin Hitler, es muy probable que no hubiese habido Segunda Guerra Mundial. En ese periodo, el mundo libre miró con unos ojos cobardes, a los imperialismos dictatoriales: el fascismo italiano, la guerra civil española y el auge del nazismo en Alemania. Se dividió el mundo según distintas facciones políticas: derechas e izquierdas. Hiltler se encontró frente a unas potencias aliadas ingenuas y dispuestas a ceder a lo que él pedía, por muy bárbaro que fuera. Eso, más todas las cuestiones no resueltas de la primera, llevó a la Segunda Guerra Mundial.

¿Cuáles son esas cuestiones no resueltas en la Paz de Versalles?

Las reparaciones de guerra, la culpabilidad de la guerra, la excesiva dureza con la que había sido tratada Alemania. También, la crisis económica del crack del 29 y el periodo de proteccionismo que se derivó de eso. Otra cuestión fue la división de Europa con unas fronteras bastante artificiales, por ejemplo, la creación de nuevos países que vinieron a desmantelar casi por completo el imperio astrohúngaro.

¿Qué herencia nos ha dejado la Primera Guerra Mundial?

Podríamos sacar la conclusión de la inutilidad de la guerra. Murieron millones de personas atendiendo a unos criterios políticos y militares que, al final, no sirvieron para nada. Una de las malas herencias son las maneras de hacer la guerra que no son lícitas de ninguna forma. Fue muy importante el uso de la química, del gas, cosa que va en contra de las convenciones de Ginebra y va en contra, si se puede hablar así, del arte de hacer la guerra. El desastre de las trincheras… Fue la última guerra a la vieja usanza, y al mismo tiempo, la primera a la nueva usanza. La herencia es que no se pueden repetir estas cosas.

Europa antes de la guerra

El mundo de ayer. Memorias de un europeo es un libro esencial para entender Europa antes y después de la Primera Guerra Mundial

El mundo de ayer
Editorial El Acantilado

ISABEL RODRÍGUEZ MAISTERRA.-Stefan Zweig (1881-1942), famoso escritor austriaco, perteneció a la generación que fue testigo excepcional de los turbulentos y rápidos cambios que experimentó Europa en el siglo XX. El mundo de ayer, narra con prosa deliciosa los avatares de una sociedad ingenuamente optimista que acaba enfrentada en dos de los mayores dramas bélicos de la Historia.

Para entender el mundo anterior al comienzo del siglo XX, una de las claves que ofrece el escritor es la descripción del modelo de escuela que él “padeció” en sus propias carnes. Mantener ese mundo “perfecto” en el que reinaba la seguridad, requería que los jóvenes no alteraran el orden establecido. Eso hacía que la escuela fuera “extremadamente conservadora y aburrida”. También dice mucho el “desprecio” que tenía la sociedad por la juventud. Los hombres de treinta, incluso de cuarenta años, eran considerados demasiado jóvenes para ocupar puestos de responsabilidad.

Es la época en la que aparecen tendencias novedosas en arquitectura, pintura, escultura, prosa, poesía… Zweig advierte que ellos no se dieron cuenta de que esos cambios en el ámbito estético eran reflejo de otros más profundos que destruirían el mundo de la seguridad en el que vivían.

En efecto, estaban gestándose grandes movimientos de masas que se organizaban entorno a partidos políticos. Algunos de ellos hacían gala de una “agresividad salvaje y una brutalidad desmesurada” en sus formas. Eran racistas hasta el punto de dar palizas a estudiantes judíos, eslavos, católicos e italianos, aprovechando la inmunidad legal que había dentro de las universidades. El Gobierno cedió a sus presiones por aversión a la violencia. Esto supuso el primer éxito de la brutalidad en la política, el “ocaso de la libertad individual en Europa”.

Zweig completó su formación universitaria viajando. Su primer destino fue Berlín: una ciudad que empezaba a gestarse como metrópoli y en la que había espacio para el protagonismo de los jóvenes. Después, París. Zweig describe esta ciudad como el paradigma de la libertad individual: cosmopolita, artística, libre y creadora. No había racismo ni distinción de trato entre clases sociales. “Nada era difícil ni formal”. Allí conoció a artistas que harían historia, como el poeta Rainer María Rilke y el escultor Auguste Rodin.


Le Pont de Passy et la Tour Eiffel, Marc Chagall (1911). 
Sharon Mollerus

Europa estrenaba el nuevo siglo resplandeciente: tenía un organismo económico fuerte, los avances en la técnica aceleraban el ritmo de vida y los descubrimientos científicos eran el orgullo de todos. Se creó un sentimiento europeo común; era una “época de confianza universal”. Prosperidad y progreso definían a una Europa optimista en la que parecía que las cosas sólo podían ir a mejor. 

Sin embargo, ese poder que alcanzaban los Estados, les estaba volviendo, poco a poco, unos contra otros. El afán de expansión, de poseer más colonias fue lo que empezó a ocasionar roces políticos, incluso económicos: los comerciantes de un país querían enriquecerse a costa de ir contra los del país vecino; y así en muchos ámbitos de la vida social. El nacionalismo empezaba a emponzoñar la patria europea común.

Con el asesinato del heredero al trono de Austria-Hungría, todos esos “juegos diplomáticos” que se venían haciendo, y que ya preludiaban el desastre en la guerra de los Balcanes, estallaron en forma de declaraciones de guerra de unos países contra otros. Europa quedó dividida. El optimismo reinante, lejos de desaparecer, se convirtió en un fervor patriótico que llevó a los jóvenes a alistarse y a las mujeres a animarlos a ello.

Traslado de los heridos en trineos tirados por caballos. 
Wellcome Collection

Zweig asistió a lo que él describe como “vieja magia de las banderas y los discursos patrióticos: inquietante embriaguez de millones de seres, fuerte impulso al mayor crimen de nuestra época”. Tras 40 años de paz, las gentes no sabían nada de la guerra; la distancia hacía que lo vieran como algo heroico y romántico. Además, la confianza ciega que tenían en sus gobernantes hacía que pensaran que éstos no tenían la culpa, sino el país enemigo.

Los muchachos iban cantando al “matadero”, gritando que volverían por Navidad. Europa asistió a un desengaño terrible que, lejos de quedar resuelto en la Paz de Versalles, estallaría con más odio tan solo 20 años después.

“Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz, y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo éste ha vivido de verdad”

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